jueves, 1 de noviembre de 2012

REMEMBRANZA


Ojeando unos apuntes de aquella etapa en Ecuador me emociona aún éste que di en llamar: “El sendero de los pasos desnudos”, te lo voy a leer mi buen amigo Chindas, para que valores aquella escena y vivas conmigo la impronta del recuerdo.
La ilusión somnolienta camina paso a paso por el angosto sendero. Lucecillas lejanas reflejan sus vidas diminutas. Nubes de humo azulado lanzan al aire sus etéreos efluvios de primavera. Abajo, el valle.
Cada mañana,  muy temprano, apenas nacido el día, “el lecherito” de pies descalzos, pantalón de tirante al hombro y la sonrisa en su voz obediente, asoma sus oteantes ojos por la rendija que inicia la apertura de entrada a la capilla del Colegio rico.
¡Buenos días Diosito! dice en voz alta y, simulando una cruz besa el pulgar de su mano como signo de respeto, cerrando la puerta con cuidado.
En la cocina del lugar vacía su lechera en una olla según le indican, recoge los sucres, esas monedas tan necesarias en su familia y retorna al hogar, arriba en la cima.
Mariposas parecen sus brazos aleteando, en juego imaginado, en esa subida estrecha del repecho que le lleva a su casa. La lechera de porcelana blanca mellada, parece un pequeño dálmata travieso; sube, baja y hace piruetas en el aire.
Mamita, tenga los sucres, la señora me dio una galleta pero me la he comido. Bien Oswaldo, lávate y vete al colegio, tu ñato (hermano) está listo. Con la cara todavía húmeda y el pelo relamido y con los dedos como peine retocado, coge de la mano a su hermano menor. Se llevan dos años, pero él es el mayor y responsable de que no le pase nada en el kilómetro y medio que dista de su casa a la escuela. Con siete años, en su mochila de trapo viejo, cosida y recosida con habilidad por su madre cholita, lleva un cuaderno y un lápiz. Lujo e ilusión de aprender.
En el angosto camino las piedras resbalan a sus pasos. El sendero siente el hormigueo de sus pies desnudos y deja que las piedrecillas caigan en alegre danza hacia el valle.
Último tirón del brazo del pequeño y jadeando, se colocan en la fila  que hay formada en el patio para entrar en clase. Su “señita” con  vocación de enseñante primeriza, va ayudando a cada niño  a despojarse de su ponchito y vestir el babi colegial.
Reguapos ocupan sus puestos, en sus ojos brilla la meta alcanzada que les abraza; van a aprender a ser mayores de bien sabiendo leer y escribir. Quedando a los niños en sus clases contemplo por la ventana a un grupo de mamás con su preciada carga a la espalda, su guagua; se dirigen al mercado. Sus manos siempre laboran. Hoy el huso va torciendo e hilando el copo de lana que del delantal sale cual nube robada al cielo, escondida, sigilosa. Otras veces son esos sombreros de paja de jipijapa los que van saliendo de sus hábiles dedos
Un caballero con sombrero de paño marrón y poncho, ambos tejidos a bayeta, se detiene a una distancia prudente del grupo. Le observo. Inmutable, bajo la mirada oscura del revés de dicho poncho (…) riega la céntrica calle. El río Orinoco es dibujado en el suelo. Saber geografía es interesante pero plasmar sus cauces en el centro de la ciudad no deja de ser relevante lección.
Volvamos al comienzo, son apuntes llenos de entrañables recuerdos y por hoy lo dejamos aquí no sin antes hacer llegar mi cariño a esas “manecillas del reloj / sin cuerda que las avance/ abrazo paterno/ bolsillo de chaleco con picado dentro/.   

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