En un rincón del patio el
almendro recién salido de las entrañas de la tierra, dormitaba. Poco a poco en
su sueño de crecer, sus brazos comenzaron a alargarse, querían tocar el cielo,
Su techo era ese y, cuando contemplaba a las nubes pasearse, su añoranza se
acrecentaba. Crecer, crecer y llegar así
de alto. Un pajarillo se fijó en su empuje y se posó levemente en una de sus
incipientes ramas y oyó sus ansias; yo te ayudaré prestándote mis alas le dijo,
pero aún no ha llegado tu tiempo. Ilusionado siguió pegado a sus raíces
esperando el momento. Cada primavera, esta avecilla le visitaba y veía con
regocijo los progresos de altura de su amigo.
El
almendro se volvió adulto y... comenzó a realizarse dando algunos frutos. Entre
sus alargadas hojas y de fina estampa asomaban unas bolitas verdes, nada
especial que llamase la atención; pero un día, recuerdas Chindas, esos
envoltorios se abrieron y una semilla asomó su carita almendrada mirándonos con regocijo; ya su
techo no era el celeste aquél, sino nuestras manos acariciando su feliz
aterrizaje.
El
paso del tiempo, amigo mío, viene cargado de esperanza; trastoca nuestros
primeros deseos y la luz se abre paso en el horizonte dando otro sentido a la
realidad que nos rodea. Estos días seguimos con interés la evolución de le
enfermera del caso "ébola", lamentamos lo sucedido, pero tenemos que
tener claro que todas las cosas llevan un proceso. No por mucho anhelar
llegamos antes a la meta, como el pajarillo ponemos a su vida nuestros deseos
de una recuperación rápida, pero sabiendo esperar. La buena nueva llegará a su
vida y a la nuestra con ella, su vuelta al hogar y al trabajo será quizá algo
más larga de lo deseado, pero esa esperanza se tornará en un manantial
de alegría para todos.
No
más porqués ni recelos, no más gritos que ensordecen a los afectados.
Solidaridad sí sin olvidar que nuestros "salvavidas" ponen su saber y
su dedicación formando parte de ese fructífero futuro que se avecina. Confiar
es agradecer. Sólo apoyando a cuantos la rodean, de nuevo la luz brillará y
como el almendro nos mostrará su sonrisa amiga.
Unidos
en el anhelo formaremos un recital de felicitaciones, venciendo así a los
desorientados y pesimistas hasta que sus augurios se tornen un apretón de
manos.
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