Apenas amanece y por la ventana
semi abierta llega el currucucú del macho torcaz llamando al nido a la palomita
en cuestión. Revoloteo en los árboles del patio. Chindas, impasible, mira hacia
el espacio "ocupado" y ni siquiera sonríe.
Cucurrucú
o currucucú, paloma..., sonaba aquella canción que hacía entender los lances
del amor de aquella época. Es otoño pero el buen tiempo que estamos teniendo
hace pensar con estos gorjeos que la primavera continua. Feliz despertar
mañanero invitando al regocijo con alas de ilusión sobre vaivenes de tallos
finísimos. Verde entramado de ramajes que ocultan pero mecen, que abren
horizontes y destellan trinos de otras aves que se suman al balanceo. El sol
alarga uno de su fulgurantes brazos y calienta con su tacto ardiente el nido.
Lecciones
de naturaleza, ámbito para ser admirado, cuidado, gozado. Ahora oigo un ladrido
prolongado, ya cayó con premura la noche y tal vez algún gato está sobre las
tapias y pretendes asustarlo. De pronto el silencio te envuelve pegado como
estás a la verja que separa tu espacio del nuestro. ¡Ay amigo! tu presencia
estimula esta soledad que nos rodea y aunque el silencio es el regalo más
preciado de los pueblos, tanto las aves como vosotros los animalillos de
compañía sois el aire que vivifica, la pureza que se palpa de la amistad
sincera, esa fidelidad que sublima la palabra amistad.
Pasan
los días y allá en la lontananza del deseo asoma una sonrisa de futuras
convivencias, de pisadas en la nieve sin mácula de las calles. La lluvia
borrará huellas pero en el interior de las casas el fuego soterrado dará calor
y esperanza. Paz, tranquilidad, armonía, estados relajados y tiempo, mucho
tiempo libre para leer, pasear, realizarnos en la sencillez y la creatividad.
Pueblos
desnudos de juventud e infancia pero donde habitan esas manos rugosas
entrelazadas orando en el sosiego de vivir en plenitud, acogiendo a propios y
extraños, acariciando con generosidad las generaciones del paro y el ocio
obligado, siendo hadas en su destino. Manos que limpian las lápidas de sus
difuntos para celebrar el Día de los Santos, cantoral de bondades en el
recuerdo y unidad familiar en flores depositadas.
Pero volvamos al currucucú que seguirá sonando con las
mismas notas cada mañana y mi ventana hará de eco de esa vida que en forma de
tórtola anuncia la maravillosa plenitud del amor que da respuesta.
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