La playa estaba maravillosa,
solitaria y alegre a la vez. Los tonos ocres de la arena eran lamidos de vez en
cuando por el balanceo del agua dándoles un matiz nuevo. El cielo miraba con
orgullo su reflejo en el espejo del mar y éste, a su vez, se dejaba vestir con
su tonalidad azul. En el horizonte se adivinaba una onda llena de plenitud y
fortaleza y, poco a poco, la ondulación se aproximó a la orilla hasta chocar
con una roca convirtiéndose en elegante cascada de espuma blanca.
Pasados
los meses, en la Rioja, las uvas mostraban su encapsulada savia llena de néctar
y placer embelleciendo el paisaje, señoreando a sus gentes, acicalando el
paladar de color rubí. Un viento suave traspasaba los valles y los montes
acariciando la ilusión del encuentro con aroma a viñedos y espigas.
Los
campos respiraban esperanza y el sol hacía su ronda diaria dando plenitud a la
semilla del amoroso trabajo iniciado en
aras de su recogida. Días plenos de optimismo albergaban el mirar cotidiano del
futuro. Noches pintadas de estrellas ronronean con la luna haciendo carantoñas
a las nubecillas que revolotean próximas, vistas desde abajo.
Año
tras año las noches y los amaneceres han ido dando sus frutos. Los cuadros
anteriores siguen colgados de las paredes de la casa como recuerdos del ayer;
el polvillo almacenado no hace más que aportar una pátina que les da un valor
incalculable. Tras esa veladura se vislumbran pequeñas figuras que dan,
correteando, un tono especial a los lienzos. Tiempos de infancia y de madurez
se aúnan en risas de cariño pigmentadas en gamas ilustradas que tapan los
rasguños del tiempo.
Cuarenta
años después del inicio, del boceto que dio vida a la obra de arte que
contemplamos, sigue intacta la luz que el pincel de la amistad plasmó. Luces y
sombras han seguido su curso en paralelo aportando, como en una sonata los
aspergios, esa musicalidad que embelesa y serena; aéreo diálogo del cariño.
Cuarenta
años de unidad y respeto en el camino de la vida. Respeto, mucho respeto y agradecimiento
a la bondad compartida, a la generosidad demostrada y al fino lazo que enlaza
la felicidad sencilla de la convivencia. Caerá la noche pero nos encontrará con
las manos unidas apoyándonos, mirando al horizonte.
Chindas,
ladra cuanto quieras hoy porque no me voy a enfadar, toda la familia pasará la
mano por tu lomo sólo para que te sientas feliz como todos en este día.
Nota.- La fotografía es cosa del encargado de subir los post de este blog, y va dedicada al "socio" y a la "socia" de Chindasvinto ¡FELICIDADES!
Que narrativa mas agradable, dulce y serena. Enhorabuena Socorro
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