martes, 31 de diciembre de 2013

FIN DE AÑO

Cuando apenas quedan una horas para que finalice el año, tú y yo, Chindas, nos disponemos a hacer limpieza de recuerdos, de aconteceres más o menos festivos y de ese sin fin de minutos que se han ido apilando en nuestras vidas compartidas con la familia, con la sociedad próxima o más distante de lo deseado y, con los enseres del aseo en las manos, nos miramos un tanto expectantes.
En el desván o trastero, aparece el sonámbulo despertar de una página en blanco. Una corriente de aire la balancea unos milímetros de su base, está llegando su momento estelar. Un despertador herido, con una saeta sola, nos habla del tiempo pasado; golondrinas que anidaron bajo el alero de ese mismo desván, baúles con sayas de la abuela, afianzado querer de los tiempos idos. Así, rincón a rincón, siguen asomando las hojas de un calendario caduco con el color amarillento del papel y medio borrados sus números y apuntes.
Alas de papel de seda se llevan consigo la euforia del año nuevo pasado, la gráfica inquieta de los hechos personales y del mundo en que habitamos. Recostadas en el viento parecen haber dejado de sentir el impulso de viajar, de admirar, de recrearse saltando de un corazón a otro y, una vez más, los hechos vividos ya no pertenecen a nadie.
Folio en blanco, esperando.
Sí, unas horas nada más separan el hastío, de la alegría con nombre de esperanza. Feliz Año con mayúsculas parece vitorear el aire que respiramos y como burbujas de placer en la copa de los días, suben y fluctúan nuestros deseos de bienestar futuro embelesando el primer momento de la campanada.
Chindas y yo seguimos mirando “objetos con memoria” como dice nuestro admirado Manuel Alcántara, encontramos alguno embalado con mimo a modo de regalo para quien lo encuentre y con curiosidad y cierto respeto, aflojamos el precinto y curioseamos por un extremo su contenido. Es un sonajero, primera maraca quita-llantos de un bebé; nos extraña que esté guardado  o tal vez escondido para que aparezca ahora en la edad ya crecidos para acallar todos los berridos que la vida nos ha ocasionado. Fijamos con celo el envoltorio y dejamos que sean otros los que hagan uso de él en momentos especiales de lágrimas.
Folio en blanco, esperando.
El minutero sigue su curso y es hora de dejar atrás las faenas de la tarde. Esta vez las doce de la noche no señalan el comienzo del sueño sino un nuevo despertar sin paro, sin emigraciones, sin egoísmos, sin... nubarrones remarcados en la prensa.
            Fin de año, Año Nuevo, que todos podamos escribir o dibujar en sus páginas en blanco un horizonte enlazado con un presente cotidiano de paz y felicidad, brillando en él el sol que ilumine nuestros hogares.

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