Hace pocos días te despedimos con
el ánimo entristecido. Un nuevo horizonte acogió la bondad acumulada en tus 84
años, dejándonos a todos tus vecinos el regalo de la amistad, el gozo de tu
presencia siempre dispuesta a ayudar llenando de cordialidad los encuentros.
Años
vividos en la sencillez del día a día, aportando al pueblo tu caminar ligero,
tu sonrisa amable y llena de ese carisma tuyo de cercanía. Añoranzas de
infancia asomaban a tus hermosos ojos en estos días finales. Cuantas anécdotas
y vivencias se agolpaban en tu mente haciéndonos recrear en ese pasado que,
como tú, descansa en otro cielo.
Una
vela encendida, a los pies de la Virgen, era tu exigencia piadosa. Luz de fe
amasada en la herencia familiar, afianzada con los años por el sosiego de
saberte escuchada. Avemarías de retórica con anunciación de fondo. Glorias
coreando el sentir profundo de tu corazón.
Sí,
Isabel, tu memoria se nos hace grande por el cariño recíproco. Las ventanas de
tu casa siguen cerradas proclamando tu ausencia, pero nuestra mirada las
traspasa y ahí te ve puliendo y dando brillo a los objetos. Ahora tu morada
celeste está llena de reencuentros, familiares, amigos, nuevos
"vecinos" abrazando la plenitud compartida.
Observo
la llama del cirio, que en tu honor sigue encendido en el lugar tan tuyo de la
Inmaculada, parpadea y amaga con apagarse pero recobra energía y una aura
dorada refleja sentimientos retenidos. Pisadas imborrables serán tus huellas en
la calle, agua clara manando en la fuente que gozó de tus manos cálidas
sujetando el grifo. Pureza de intenciones y hechos, muchos hechos, dando vida a
esta soledad. Tu hermano y sobrinos abrigándote en los días de dolor. Ejemplar
cariño.
Decirte
adios, Isabel, no es una despedida, es un abrazo de futuro reencuentro. Las
flores se renuevan y gritan plenitud con sus colores, las lágrimas desaparecen
cada primavera y una nueva alegoría surgirá de tu recuerdo. No nos olvides.
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